martes, 16 de octubre de 2012

Entre Haití y Chile - editorial del 16-10-2012 de "El Comercio"

En recientes declaraciones durante la inauguración del Movimiento Mundial de la Democracia, el ministro de Relaciones Exteriores indicó que el Perú “es uno de los países más desiguales de la región”. Si bien es respetable la preocupación del canciller Roncagliolo por la igualdad, hay algunas importantes precisiones que hacer sobre sus declaraciones, comenzando porque, afortunadamente, está equivocado: según el Banco Mundial, luego de Uruguay somos el país más igualitario de Sudamérica.

Pero quizá la precisión más importante que haya que hacer es que lo realmente crucial no es qué tan iguales somos, sino qué tanto estamos logrando que mejore la calidad de vida de las personas. A fin de cuentas, de nada sirve vivir en una nación donde todos seamos igualmente pobres. Haití, por ejemplo, es bastante más igualitario que Chile, pero queda claro que ninguna persona sensata elegiría que el Perú se parezca más al primer país que al segundo.

Por suerte, gracias al modelo económico que mantenemos hace ya dos décadas, las condiciones de vida vienen mejorando sostenida y significativamente para la mayoría de peruanos, según la información proporcionada por el INEI. La muestra más evidente es que solo entre el 2007 y el 2011 la pobreza se redujo del 42% al 28%, y el año pasado 785 mil peruanos dejaron de ser pobres.

Es este mismo modelo el que ha permitido que más familias tengan recursos para enviar a sus hijos al colegio. Mientras que en el 2004 la tasa de asistencia escolar era de 86%, en el 2011 esta ya alcanzaba el 90,7%. Esta mejora ha beneficiado especialmente a las zonas rurales (donde se concentra la pobreza), pues en ellas el aumento de dicha tasa durante el mismo período fue de casi diez puntos porcentuales.

Asimismo, como es natural, cuando las personas tienen más dinero en el bolsillo amplían sus posibilidades de acceder a mejores servicios de salud. En el 2004, el 24,7% de la población afirmaba que la razón por la cual no acudía a realizar consultas a un establecimiento de salud era por falta de recursos económicos, pero en el 2011 solo el 12,9% afirmaba enfrentar este problema. Esto podría explicar en buena parte por qué la población con algún problema médico que buscó atención fue de 41,7% en el 2004 y subió a 50,4% en el 2011.

El crecimiento económico también ha posibilitado que el Estado recaude más para expandir los servicios de salud. Por ejemplo, en el área rural la cobertura del Seguro Integral de Salud se incrementó de 24,7% a 72,7%, permitiendo que hoy en día el área rural tenga una mayor población afiliada a seguros de salud que la urbana.

De la misma manera, el progreso económico ha logrado que las personas puedan cubrir mejor sus necesidades alimenticias. En el 2000, el 25,4% de menores de 5 años sufría de desnutrición crónica y para el 2011 esta cifra descendió a 15,2%. Además, la proporción de niños de seis meses a menos de 36 meses de edad con anemia se redujo de 60,9% a 41,6% durante el mismo período.

Los mayores recursos con los que ahora cuentan los peruanos también nos han permitido tener más acceso a servicios públicos. Por ejemplo, durante el 2004 el porcentaje de hogares que accedió al servicio de desagüe por red pública fue de 54,2%, mientras que en el 2011 fue de 65,9% (el área rural aquí también mejoró más que la urbana, pues la cobertura en la primera aumentó en más de 20 puntos porcentuales). Y el porcentaje de hogares que cuentan con energía eléctrica por red pública durante esos mismos años creció en el área urbana del 94,3% al 98,4% y en el área rural del 32% al 64,2%.

La verdad es que, si bien todavía hay mucho que hacer, es impresionante el salto que hemos dado en los últimos años. Es gracias a nuestro modelo económico que promueve la empresa privada y la iniciativa individual que cada vez el país es más inclusivo y ofrece más oportunidades para la gran mayoría. Por eso, es absurdo criticar este modelo solo porque queremos aún más igualdad. Salvo, por supuesto, que lo único que deseemos sea que los ricos sean menos ricos, sin importar que con ello los pobres sigan pobres.